La cebolla
Los primeros vestigios del uso de la cebolla hace mas de 5.000 años los tenemos en Persia, India o Egipto. El tratado médico Charaka-Sanhita la describe como diurético y remedio contra enfermedades cardíacas, oculares o de las articulaciones. En Egipto eran muy valoradas y en los textos de Herodoto se dice que eran parte de la dieta de los trabajadores de las pirámides, junto con ajos y puerros; utilizándose también durante los sacrificios y funerales a modo de ofrendas. Griegos y romanos utilizaron esta hortaliza para alimentar a sus tropas de combate en la creencia de que otorgaba fuerza en las batallas cuerpo a cuerpo.
Colón llevo la cebolla a América en su segundo viaje, aunque los peregrinos del Mayflowers dicen atribuirse su consumo, pues también la llevaron en su viaje.
El ardor en los ojos al pelar y picar una cebolla se debe al acido sulfúrico contenido en su aceite natural.
El principal componente de esta hortaliza es el agua, en cerca de un 90%, glúcidos (8,6 g), fibra (1,6 g), proteínas (1,2 g) y grasas (0,2 g), con 38 calorías por 100 gramos, por lo que su aporte calórico es muy bajo, resultando un alimento muy recomendado por los nutricionistas en dietas que favorezcan la pérdida o control de peso.
Las vitaminas que presentan cantidades significativas son las del grupo A, B, C y E, interviniendo en la producción de glóbulos rojos y blancos, la síntesis de material genético o la formación de anticuerpos del sistema inmunológico, además de proporcionar también un efecto antioxidante que actúa en la prevención de enfermedades como el cáncer o de los riesgos cardiovasculares, al tiempo que ayudan al organismo a combatir las infecciones.
Las cantidades de fibra, minerales y vitaminas que aporta, contribuyen a regular diferentes funciones del organismo. Entre los minerales destaca la presencia de potasio (diurético y regulador), calcio, hierro, magnesio y fósforo, por lo que influyen en la transmisión del impulso nervioso, así como en la correcta actividad muscular, equilibrando también el agua de la célula. La formación de huesos y dientes, el funcionamiento de intestinos, nervios y músculos, o la mejora de la inmunidad son otros de los beneficios que aportan algunos minerales como el fósforo.
Los compuestos azufrados, que se encuentran en el aceite esencial, son los responsables del olor y sabor picante además del lagrimeo provocado mientras se corta o pica una cebolla, y actúan sobre las vías respiratorias, por lo que es aconsejable su consumo para atacar afecciones como catarros y bronquitis. Entre estos compuestos se encuentra el flavonoide quercetina, con propiedades antioxidantes y con capacidad de disminuir las reacciones alérgicas producidas por el polen.
Tradicionalmente se ha empleado sobre la piel, demostrando su capacidad desinfectante debido a un aceite esencial que contiene una sustancia volátil llamada alilo, con propiedades bactericidas y fungicidas.
También es muy buena para todas las afecciones respiratorias, cuando tenemos tos, catarro, resfriado, gripe, bronquitis, si nos preparamos el jugo de 1 cebolla junto con el jugo de 1 limón y 2 cucharadas de miel y lo tomamos caliente nos ayudará a recuperarnos. No debemos olvidar que las cebollas crudas o cocidas o también su jugo, funcionan muy bien en caso de estreñimiento.
Es interesante su contenido en glucoquinina, una sustancia hipoglicemiante considerada la «insulina vegetal», pues ayuda a combatir la diabetes.
Sus enzimas favorecen la fijación de oxígeno por parte de las células, colaborando en la función respiratoria.